Dueñas de barcos y botes que prestaban servicios de pasaje en la bahía conocida precisamente con el nombre de Pasajes
A finales del siglo XVI y comienzos del XVII, las mujeres de Pasajes muestran gran destreza en gobernar barcos y chalupas. Estas, además de marineras, eran tiradoras de arcabuces de gran fuerza y tan valientes en la guerra, que cada mujer era una heroína que asombraba, ya que, cuando los marineros pasaitarras zarpaban con sus galeones hacía Terranova, para la pesca del bacalao o caza de la ballena, el pueblo se quedaba, a menudo sin hombres. Así que eran las mujeres las que les sustituían a la perfección. Ellas mismas remolcaban al atoaje a las galeras, naos o galeones.
El rey español Felipe IV en el año 1659 visitó entre otros el puerto de Pasajes.
El espectáculo que el rey pudo presenciar en la bahía debió de ser de lo más excepcional para la época. En el canal se concentraron varias fragatas de guerra, el galeón Roncesvalles y la Real Capitana de 1.500 toneladas y 90 cañones. Más de doscientas lanchas seguían a la gabarra en donde iba el rey, todas ellas gobernadas por mujeres del lugar, cuya destreza con el remo impresionó al monarca. Por ello, un par de años más tarde, doce bateleras fueron solicitadas por el Duque de Medina de las Torres a Pasajes con el fin de divertir a la reina con su espectáculo en el estanque del Buen Retiro.
La popularidad que el evento alcanzó en la Villa y Corte debió de tener amplio eco. Y de esta manera, casi dos siglos más tarde, en el mes de enero de 1842, el dramaturgo Manuel Bretón de los Herreros estrenó, primero en Madrid y luego en toda España, su popular obra Las Bellas Bateleras de Pasaje.
Según la descripción de Breton de los Herreros, las Bateleras vestían sombrero de paja, rodeada la copa con ancha cinta negra, colorada o azul, cuyos extremos, adornados con anclas, caían sobre los hombros. En el lazo que formaban con la cinta a guisa de escarapela, adorno simbólico de las bateleras. El cuello, bastante escotado, pero cubierto con pañuelo de seda con lazo a la marinera. El color más usual de la chaqueta era el morado, ribeteados los puños y las bocamangas con cintas formando ángulo. La saya exterior, de color chocolate, la llevaban recogida para facilitar sus trabajos. Casi siempre iban descalzas.
La progresiva modernización de las embarcaciones hizo extinguir el viejo oficio de batelera.
Se cuenta que la última batelera de Pasajes fue Braulia Goyenetxea, de San Juan, que lo ejerció hasta la segunda década de este siglo.
Hoy en día, en la regata de bateleras que anualmente se celebra durante las fiestas, se convierte en una feliz evocación que provoca renovadas nostalgias.